Por Susadny González Rodríguez
Justo cuando los cantos de sirena despabilan la ilusión sobre un posible acuerdo pacífico, recula en el tablero comicial, como aspirante a Senador, el archienemigo de todo proyecto que atente contra la paz de su bolsillo: Álvaro Uribe. Más difícil que inscribir su candidatura le será desmantelar las denuncias que eclipsan su imagen. Según esgrime un magistrado el pasado del único exocupante de la butaca presidencial por dos períodos consecutivos converge en la ruta del paramilitarismo, devenido combustible esencial en la propulsión del conflicto armado colombiano.
Entre sus propuestas para aplicar al legislativo el exgobernante retoma la seguridad democrática como garantía de paz, que en su dialecto implica desconocer a las FARC como actor político. Recordemos, fue justamente él quien le endilgó a la insurgencia el sambenito de “terrorista”. Claro, apostilla un columnista en Rebelión.org, la terminología ya había rendido frutos en distantes guerras rapaces, y EE.UU. no vaciló en importarla a Colombia años más tarde.
Obsesionado con quebrar la voluntad de la guerrilla, Uribe se plegó a las pautas del Pentágono durante su mandato (2002-2010), y en el marco de la lucha antidroga -apuntalada por el Tío Sam- azuzó los operativos militares con el respaldo de los halcones made in USA, conocido como Plan Patriota. Similares maniobras manaron en el sesenta bajo la doctrina de la Seguridad Nacional que volcó a la Fuerza Pública al adoctrinamiento de la población para apoyar a los cuerpos del Estado en el exterminio de los comunistas.
So pretexto de erradicar el crimen, los escuadrones del amedrantamiento se extendieron, con la venia de poderosos hacendados ligados al narcotráfico, y degeneraron en los 90 en una entidad mayor: las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Entonces el paramilitarismo derivó en instrumento de fuerza, funcional al gran capital que lo financia, atado a intereses políticos y económicos (explotación de recursos naturales). Como diría un redactor de la Agencia Prensa Rural, pasaron de ejecutores de la estrategia antisubversiva a sujetos con expectativas de crecimiento propias.
“Se trata de una toma del poder del Estado de grandes proporciones”, al decir del Polo Democrático Alternativo, que registra un drama humanitario con visos de hecatombe: cerca de tres millones de desplazados, 865 mil solo entre 2002 y 2005; el saqueo de tierras a campesinos y una interminable lista de desaparecidos y muertos (incluidos tres aspirantes a la presidencia y el linchamiento sistemático de los miembros la Unión Patriótica, en 1986).
“¿Por qué soy paramilitar?”
Se pregunta el otrora gobernador de Antioquia quien por esa época apoyó las Convivir -cooperativas rurales de seguridad-, presuntamente relacionadas con los victimarios. Indiferentes ante la sevicia, la impunidad consentida por las autoridades constituye otra forma de encubrir a las hordas asesinas.
En el caso de Uribe no solo toleró un controvertido proceso de paz con esas facciones, a las cuales le otorgó poder político, sino que promulgó una ley para encubrir las prácticas de las AUC. Increíblemente prevaleció una percepción favorable que catapultó su reelección, la cual, por cierto, fue apadrinada por figuras ahora bajo la lupa de la justicia.
Y para rematar cayeron las declaraciones de un excabecilla paramilitar, quien aseguró en exclusiva a Telesur que sin disparar una sola bala el hacendado “lideró y propició” el asesinato de civiles para presentarlos como falsos positivos. Gracias a la “gestión” de estas bandas, añadió, el rancio opositor de Santos recaudó 270 millones de pesos para su primera campaña. Mientras una investigación de la Corporación Arco Iris confirmó que al menos dos millones y medio de los votos que lo instalaron en la Casa de Nariño se los debe a la “persuasiva” cruzada de los paras.
Como diría el exdirector de El Espectador, Guillermo Cano -otra víctima del horror- “no es posible estar dentro de una piscina y no mojarse”. ¿Culpable por omisión? El postulante al Senado en “este momento es activo en el paramilitarismo en Colombia”, afirmó el testimoniante, dispuesto, de ser preciso, a refrendar sus confesiones ante un juzgado. “No ha soltado el fusil que lleva en la mente. Es un hombre de guerra no de paz”. Cuando el río suena…
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