Por Susadny González Rodríguez
Decía Chaplin que una sonrisa cuesta poco y produce mucho. Su filosofía abarca también esa expresión social de saludo, respeto, amor… a la que la literatura y el folklore le concedieron el poder de romper el hechizo del sueño eterno.
Símbolo de anuencia -la tradición clásica solía sellar con él los contratos-, mesurado por convencionalismos o motivo de escándalo para el cristianismo de la Europa feudal, constituyó modo de protesta desde el siglo XVIII. Naturalizado por los medios de comunicación, el beso se despidió de su carácter íntimo, y desde los primates -lo utilizaron para alimentar a sus crías- hasta acá ha derivado en acto tan cotidiano que se suele subestimar su función terapéutica, cuando basta un roce de labios para descubrirnos vivos. Al menos así lo exaltaron en sus cuentos infantiles los hermanos Grimm. Y lo ratificó mucho después una pareja tailandesa.