Por Susadny González Rodríguez
Cuenta la leyenda que en la Antigüedad los mensajeros incas perdían la vida si las nuevas que traían no agradaban a su rey. Los “mensajeros” de la nación “azteca” actual parecen correr la misma suerte. Solo que ahora los cárteles -proclaman con cuerpos inocentes el control sobre las plazas de tráfico- son quienes coartan la ya mítica libertad de expresión. La nota roja copa como nunca las páginas de los diarios. Y muchos profesionales de la prensa han tenido que hacer del anonimato su chaleco protector. No son tiempos para estar detrás de la exclusiva. Allí el periodismo está muy lejos de ser “vigía que lo desentierra todo”, como diría José Martí, porque la verdad se paga con sangre.
Cómo explicarnos que en el conflicto armado más aciago de la historia contemporánea, la Segunda Guerra Mundial, hayan muerto 68 periodistas, y en un país oficialmente en paz ya se registren más de 80 homicidios, además de las desapariciones y atentados a instalaciones de los medios en la última década, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El ominoso panorama hace pensar que los comunicadores mexicanos son corresponsales de guerra. Pero esos van, están unos meses y regresan a su casa. “Nosotros vivimos permanentemente en zona de conflicto”, asegura Marcela Turati, fundadora de la organización Periodistas a Pie. Solo países del Oriente Medio -en auténticos conflagraciones- sobrepasan la cifra de profesionales asesinados.